14 settembre. Esaltazione della Santa Croce



Altissimo glorioso Dio,
illumina le tenebre de lo core mio
e damme fede retta, speranza certa e carità perfetta,
senno e conoscimento,
Signore, che io faccia lo tuo santo e verace comandamento.

San Francesco. Preghiera davanti al Crocifisso


Dal Vangelo secondo Giovanni 3,13-17


Eppure nessuno è mai salito al cielo, fuorchè il Figlio dell'uomo che è disceso dal cielo. E come Mosè innalzò il serpente nel deserto, così bisogna che sia innalzato il Figlio dell'uomo, perché chiunque crede in lui abbia la vita eterna». Dio infatti ha tanto amato il mondo da dare il suo Figlio unigenito, perché chiunque crede in lui non muoia, ma abbia la vita eterna. Dio non ha mandato il Figlio nel mondo per giudicare il mondo, ma perché il mondo si salvi per mezzo di lui.

IL COMMENTO

La nostra salvezza, la pienezza della nostra vita, la gioia e la pace sgorgano da una sola fonte: la Croce del Signore Gesù Cristo. Non si tratta di dire molte parole. E' una semplice questione di amore. Innanzi tutto del suo amore. Se oggi, contemplando la Croce, non ci sentiamo amati, se non cominciano a scendere rivoli di lacrime per una profonda compunzione, significa che non abbiamo ancora compreso e sperimentato l'amore di Dio. E la Croce non è altro che un segno tra tanti, che ci lascia poco più che indifferenti. Proviamo oggi a fermarci dinnanzi ad un crocifisso. In silenzio, fissare quel Legno, e aspettare che ci parli. Lasciare che l'amore infinito che ha innalzato il Signore percuota il nostro cuore, ci mostri senza sconti la nostra realtà, la povertà e la debolezza, i peccati e la morte che portiamo dentro. Lasciamoci accompagnare sui sentieri della verità, umilmente, senza difese.

E lì, al fondo della verità su noi stessi conosceremo l'amore di Dio. E' nella verità che parla Cristo Crocifisso. Quella Croce è il nostro specchio. Ma è anche ed ancor prima, l'immagine più fedele e perfetta di Dio. E' questa la notizia capace di toglierci il fiato, di spezzarci il cuore. Come un diamante incastonato nella roccia il suo amore appare luminoso e puro tra le nostre debolezze, al fondo dei nostri peccati. I chiodi inflitti nella carne del Signore sono i nostri peccati concreti, ma quel sangue benedetto che ne è scaturito li trasforma in segni splendenti della sua misericordia. Così la corona di spina, così le battiture, i flagelli, le frustate, così quel Legno assassino. Tutto reca impresso il nome dei nostri peccati, ma, nel folle amore di Dio, tutto porta inciso anche il suo Nome, che è misericordia, tenerezza, pazienza, dolcezza, riscatto, dono, Vita, pace, felicità.
Laddove è abbondato il peccato ha sovrabbondato la Grazia. Laddove concupiscenze e menzogne, furti ed omicidi, invidie e maldicenze hanno solcato e ferito a morte la carne benedetta del Signore, come un fiume di misericordia il suo sangue ha bagnato e cancellato. Questa è l'esaltazione della Santa Croce, il perdono, la misericordia. Lui innalzato oggi dinnanzi a ciascuno di noi, straziato dai nostri peccati è offerto al nostro sguardo, agli occhi del nostro cuore come il segno del puro amore di Dio. Guardarlo, fissarlo e credere che non c'è peccato che possa vincere il suo amore. Accettare e riconoscerci peccatori significa accogliere il suo amore e lasciare che il suo sangue scorra a purificare il nostro cuore, la nostra mente, le nostre membra, come ha purificato ed esaltato nella Gloria quel Legno che da maledizione è trasformato in benedizione.

Così ogni croce che nel cammino d'ogni giorno ci inchioda e ci fa piccoli è esaltata nello stesso amore e nella stessa misericordia. L'esperienza del perdono, la contemplazione della Croce di Gloria del Signore è la stessa contemplazione della nostra Croce. Ed è possibile oggi, ed ogni giorno, fare l'esperienza di San Francesco, sentirci abbracciati dall'amore infinito di Cristo, diamante incastonato in ogni evento, in ogni dolore, in ogni fallimento. Contempliamo oggi la Croce del Signore e contempliamo la nostra Croce, senza paura, con umiltà e nella verità, per scoprire glorioso il Legno che ha innalzato Cristo come quello che, ogni giorno, innalza nella Gloria la nostra esistenza. Perchè la sua Croce è la nostra Croce, la sua esaltazione è la nostra esaltazione.


Evangelio según San Juan 3,13-17.

Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

COMENTARIO


Nuestra salvación, la plenitud de nuestra vida, la alegría y la paz desatascan de un solo manantial: la Cruz de Jesús Cristo. No se trata de decir muchas palabras. Es una simple cuestión de amor. Ante todo de su amor. Si hoy, contemplando la Cruz, no nos sentimos queridos, si no empiezan a bajar riachuelos de lágrimas por una profunda compunción, significa que no hemos comprendido y experimentado todavía el amor de Dios. Y la Cruz no es que una señal entre muchas, que nos deja poco más que indiferentes. Probamos hoy a pararnos delante un crucifijo. En silencio, fijarse en aquella Madera, y esperar que nos hables. Dejar que el amor infinito que el Señor levantado golpee nuestro corazón, nos enseñes sin descuentos nuestra realidad, la pobreza y la debilidad, los pecados y la muerte que llevamos dentro. Dejemos acompañarnos sobre las sendas de la verdad, humildemente, sin defensas.
Y allí, al fondo de la verdad sobre nosotros mismos conoceremos el amor de Dios. Es en la verdad que habla Cristo Crucifijado. Aquella Cruz es nuestro espejo. Pero, y antes, también es la imagen más fiel y perfecta de Dios. Es esta la noticia capaz de quitarnos el respiro, de partirnos el corazón. Como un diamante engastado en la roca su amor aparece luminoso y puro entre nuestras debilidades, al fondo de nuestros pecados. Los clavos infligidos en la carne del Señor son nuestros pecados concretos, pero aquella sangre bendita que ha manado de El los transforma en signos resplandecientes de su misericordia. Así la corona de espinas, así las azotes, los flagelos, los latigazos, así aquella Madera asesina. Todo lleva imprimido el nombre de nuestros pecados, pero, en el loco amor de Dios, todo también lleva inciso su Nombre, que es misericordia, ternura, paciencia, dulzura, rescate, gratuitad, Vida, paz, felicidad.
Donde haya abundado el pecado ha rebosado la Grazia. Donde concupiscencias y mentiras, robos y homicidios, envidias y maledicencias hayan surcado y herido a muerte la carne bendita del Señor, como un río de misericordia su sangre ha mojado y borrado todo. Ésta es la exaltaciónde la Santa Cruz, el perdón y la misericordia. El Señor crucifijado y levantado hoy delante a cada uno de nosotros, torturado por nuestros pecados, es ofrecido a nuestra mirada, a los ojos de nuestro corazón como la señal del puro amor de Dios. Mirarlo, fijarse en El y creer que no hay pecado que pueda vencer su amor. Aceptarnos y reconocernos pecadores significa acoger su amor y dejar que su sangre corra a purificar nuestro corazón, nuestra mente, nuestros miembros, como ha purificado y exaltado en la Gloria aquella Madera que de maldición ha sido transformada en bendición.
Así cada cruz que en el camino de cada día nos clava y nos hace pequeños es exaltada en el mismo amor y en la misma misericordia. La experiencia del perdón, la contemplación de la Cruz de Gloria es la misma contemplación de nuestra Cruz. Y es posible hoy, y cada día, hacer la experiencia de San Francesco, sentirnos abrazado por el amor infinito de Cristo, diamante engastado en todo acontecimiento, en cada dolor, en cada fracaso.
Contemplamos hoy la Cruz del Señor y contemplamos nuestra Cruz, sin miedo, con humildad y en la verdad, para descubrir gloriosa la Madera que ha levantado Cristo como aquélla que, cada día, le levanta en la Gloria nuestra existencia. Porque su Cruz es nuestra Cruz, su exaltación es nuestra exaltación.


San Juan Crisóstomo (345-407), presbítero en Antioquia, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre «Padre, si es posible»



«Tanto amó Dios al mundo»

Es la cruz la que ha reconciliado a los hombres con Dios, que ha hecho de la tierra un cielo, que ha reunido a los hombres con los ángeles. Ella ha derribado la ciudadela de la muerte, destruido el poder del diablo, liberado a la tierra del error, puesto los cimientos de la Iglesia. La cruz es la voluntad dada al Padre, la gloria del Hijo, la exultación del Espíritu Santo...

La cruz es más resplandeciente que el sol, porque, cuando el sol se oscurece, la cruz brilla; y el sol se oscurece, no en el sentido de quedar aniquilado, sino que es vencido por el resplandor de la cruz. La cruz ha hecho pedazos el acta de nuestra condena, ha roto las cadenas de la muerte. La cruz es la manifestación del amor de Dios: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él».

La cruz ha abierto el paraíso y ha introducido en él al malhechor (Lc 23,43) y ha llevado al Reino de los cielos al género humano abocado a la muerte.

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