Giovedì della XXXIII settimana del Tempo Ordinario






Dal Vangelo di Gesù Cristo secondo Luca 19,41-44.

Quando fu vicino, alla vista della città, pianse su di essa, dicendo:
«Se avessi compreso anche tu, in questo giorno, la via della pace. Ma ormai è stata nascosta ai tuoi occhi.
Giorni verranno per te in cui i tuoi nemici ti cingeranno di trincee, ti circonderanno e ti stringeranno da ogni parte;
abbatteranno te e i tuoi figli dentro di te e non lasceranno in te pietra su pietra, perché non hai riconosciuto il tempo in cui sei stata visitata».



IL COMMENTO


C'è una via della pace. Un cammino. Quando ancora non era che un pugno di uomini folgorati dagli occhi di Gesù e dalla predicazione dei Suoi apostoli, il cristianesimo era chiamato semplicemente "la via". La via della pace appunto. La via del Messia che aveva portato la pace, dono messianico per eccellenza. Gesù risorto apparendo ai discepoli tramortiti di paura e di stupore socchiude le labbra per annunciare, semplicemente, "Pace a voi". Un po' di pace cerca il nostro cuore, e la nostra povera esistenza. Non è così?

La pace è un cammino, una via che attraversa il mare che ci separa dalla libertà, l'ambiguo cumulo di acque che ogni giorno seppellisce i nostri propositi, le intenzioni, i desideri. La pace è un cammino che percorre le tracce del Signore fin dentro la morte, per uscirne vittoriosi. Lui e noi. Ogni giorno. Anche oggi è il tempo, il kairos della Sua visita. Anche oggi il Signore indossa le sembianze del marito, della moglie, dei figli, dei colleghi, e viene a visitarci. Con amore immenso, con le lacrime di tenerezza e di misericordia. Anche oggi, in mille circostanze Gesù scende alla nostra vita, lì dove siamo, quasi implorando d'essere accolto.

Le rovine della nostra esistenza, i fumi delle distruzioni che ancora abbiamo negli occhi, le conseguenze funeste delle nostre decisioni lontane da Lui, i nemici, i peccati che hanno ferito i nostri sentimenti sino a paralizzarci. I nostri dolori lo hanno commosso, straziato, ed ora eccolo qui, Lui il Re dei re, il Signore dei signori, che potrebbe essere adirato e potrebbe lasciar sfogo alla Sua ira, e invece eccolo qui alla nostra porta, con le lacrime a segnargli il volto di un riga di dolcezza: "Ti amo, lo sai? Non ti rimprovero, sono qui per te. Pace a te, non aver paura". Spalanchiamo le porte a Cristo allora. Oggi. Accogliamo il Principe della Pace, vittorioso sullla morte e il peccato, che viene a noi per condurci, amorevolmente, per il cammino della pace.

Nella nostra vita senza timore, percorrendo, con Lui, il cammino della conversione, cioè della pace che sgorga dal perdono, sino alle porte del Regno di pace, la Gerusalemme celeste sposa del Signore, senza macchia ne ruga, il nostro destino preparato dall'amore del Padre.




Evangelio según San Lucas 19,41-44.
Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella,
diciendo: "¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.
Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes.
Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios".


COMENTARIO

Hay un camino de la paz. Cuándo todavia no era sino un puño de hombres fulgurado de los ojos de Jesús y de la predicación de Sus apóstoles, el cristianismo fue llamado sencillamente "el camino", el camio de la paz. El camino del Mesías que trajo la paz, don mesiánico por excelencia. Jesús resucitado apareciéndoles a los discípulos aturdidos de miedo y estupor, entriecerra los labios para anunciar, sencillamente, "Paz a vosotros." Y un poquito de paz busca nuestro corazón y nuestra pobre existencia. ¿No es así?

La paz es un camino que atraviesa el mar que nos separa de la libertad, el ambiguo cúmulo de aguas que cada día sumerge nuestros propósitos, las intenciones, los deseos. La paz es un camino que recorre las huellas del Señor hasta dentro de la muerte, para salir de ella victoriosos. Él y nosotros. Cada día. También hoy es el tiempo, el kairos de Su visita. También hoy el Señor viste los semblantes del marido, de la mujer, de los hijos, de los compañeros del trabajo, y viene a visitarnos. Con amor inmenso, con lágrimas de ternura y misericordia. También hoy, en mil circunstancias Jesús baja a nuestra vida, allí dónde somos, casi suplicando de ser acogido.

Las ruinas de nuestra existencia, los humos de las destrucciones que todavía tenemos en los ojos, las consecuencias funestas de nuestras decisiones lejanas de Él, los enemigos, los pecados que han herido nuestros sentimientos hasta paralizarnos. Nuestros dolores lo han conmovido, atormentado, y ahora está aquí, el Rey de los reyes, el Señor de los señores, que podría ser irritado y podría desahogar su cólera, y en cambio está aquí a nuestra puerta, con las lágrimas a marcarle el rostro de un raya de dulzura: "Te quiero, ¿lo sabes? No te regaño, estoy aquí por ti. Paz a ti, no tengas miedo." Abrimos entonces las puertas a Cristo, abrimolas hoy. Acogemos el Príncipe de la Paz, victoriosos sobre la muerte y el pecado, que nos viene a buscar y a llamar para conducirnos, amablemente, por el camino de la paz.

En nuestra vida sin temor, recorriendo, con Él, el camino de la conversión, que es la paz que desatasca del perdón, hasta a las puertas del Reino de la paz, La Jerusalen celestial, la Esposa del Señor, sin mancha ni arrugas, el Cielo que es nuestra suerte preparada por el amor del Padre.




Sant'Agostino (354-430), vescovo d'Ippona (Africa del Nord) e dottore della Chiesa
Commento sul Salmo 121

« Gerusalemme, se avessi compreso anche tu, la via della pace ! »

« O Gerusalemme, sei costruita come una città ! I nostri piedi si fermano alle tue porte » (Sal 121, 2-3). Perché tutto è saldo laddove non passanulla : vuoi essere saldo e non passare mai ? Corri verso questa città, verso la Gerusalemme nuova dove tutto è saldo... « O Gerusalemme, la pace sia nella tua fortezza ! (v. 7). O città che si costruisce partecipando all'essere stesso di Dio, la pace sia nella tua fortezza.

La tua fortezza e la tua stabilità, sono il tuo amore, « l'amore forte come la morte » (Ct 8, 6). L'amore distrugge ciò che siamo stati, affinché diventiamo ciò che non eravamo, per integrarci nella città e stabilirci in Dio : « Voi infatti siete morti e la vostra vita è ormai nascosta con Cristo in Dio » (Col 3, 3), in Gerusalemme dove Dio è Sorgente inesauribile, l'Essere stesso, della cui stabilità parteciperà tutta la città.



San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermones sobre los salmos, sl 121, §3,12

«¡Si al menos tú, Jerusalén, comprendieras en este día lo que te conduce a la paz!»

«¡Qué alegría cuando me dijeron: 'Vamos a la casa del Señor'. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén!» (Sl 121, 1-2). ¿De qué Jerusalén habla? En la tierra hay una ciudad con este nombre, pero no es más que la sombra de la otra Jerusalén. ¿Qué dicha tan grande hay en estar en la Jerusalén de aquí abajo de la que se habla con tanto amor y tanto fervor siendo así que no ha podido mantenerse firme y ha sido arruinada?... No es de la Jerusalén de aquí debajo de la cual habla el apóstol Pablo con tanto amor, tanto fervor, tanto deseo de llegar a la Jerusalén «nuestra madre» cuando dice que es «eterna en los cielos» (Ga 4,26; 2C 5,1)...

«Oh Jerusalén, que haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios» (Sl 121,7). Es decir, que tu paz se encuentre en tu amor, porque el amor es la fuerza. Escuchad lo que dice el Cantar de los Cantares: «El amor es fuerte como la muerte» (8,6)... Efectivamente, el amor destruye lo que hemos sido, para permitirnos, por una especie de muerte, llegar a ser lo que no éramos... Es esta muerte la que actuaba en aquel que decía: «El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Ga 6,14). Es de esta misma muerte de la que habla el mismo apóstol cuando dice: «Habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios» (Col 3,3). Sí, «el amor es fuerte como la muerte». Si el amor es fuerte, es poderoso, tiene mucha fuerza, es la fuerza misma... Que tu paz esté, pues, en tu fuerza, Jerusalén; que tu paz esté en tu amor.



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